Ideas de inversión

El declive global del dólar

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Desde que consiguió el liderazgo económico mundial y la confianza que esto refleja, Estados Unidos ha gozado por décadas de la posibilidad de emitir la moneda de intercambio y de reserva a nivel mundial. Estos logros fueron conseguidos en base a una economía muy flexible con fuerte capacidad de adaptación a los tiempos, así como una constitución conocida como de los padres fundadores, cuyo objetivo principal es asegurar las libertades individuales en el sentido más amplio y protegerse de quién ostentará el poder temporalmente.

Los valores que inspiraron esa constitución fueron el mar de fondo que construyó una sociedad desarrollada y las que le permitieron su condición hegemónica en lo económico a nivel mundial. A su vez, significó una gran confianza en su moneda y en la deuda que pudiese emitir, que usualmente conocemos como “bonos del Tesoro”.

Un dólar apreciado también significó importantes desafíos empresariales, donde se hizo patente la necesidad de aumentar la productividad y así mantenerse competitivos en los mercados internacionales ante un dólar caro para el resto del mundo. En su lugar, las reglas del juego y los incentivos al emprendimiento fomentaron la creatividad empresarial y permitieron construir un gran ecosistema de billones de dólares financiados con inversión privada a través de los mercados de capitales, los que desde sus inicios han sido palancas del crecimiento y fundamento de las economías bien capitalizadas y desarrolladas. Ese dólar alto en los mercados internacionales, aunque no se viera a primera vista, era el incentivo perfecto para mejorar día a día y ser más eficientes, al igual como lo fue para Alemania luego de su hiperinflación post guerra y su historia de recuperación económica.

Saber enfrentar estos desafíos les permitiría grandes oportunidades en la medida que la globalización se consolidaba, al poder importar más barato gracias a su moneda fuerte, y contar con la confianza del resto del mundo para poder emitir deuda en la propia moneda, financiando también, algunos déficits internos relacionados al gasto público.

Lamentablemente, hubo un corte biográfico a fines de la primera década de los años 2000 con la respuesta a la crisis subprime: ante la urgencia de impulsar la recuperación económica, se inició una guerra de divisas en 2010 para buscar aumentar la competitividad y que terminó siendo coronada con lo que se conoció como guerra comercial.

Ante este contexto adverso, y torciéndole la mano a los padres fundadores, se han buscado analgésicos fiscales y monetarios, respaldados en teorías tituladas como monetarismo moderno, que no dejan de ser una alianza entre el gobierno y los banqueros centrales de turno para estimular la demanda tanto en el sector real como financiero.

En su afán por mantener la superioridad económica de forma artificial y ante mayores apuros por financiar el creciente gasto público, el problema se enquistó hasta el momento actual, donde las dudas hacia su supremacía son muchas y cada vez mejor fundamentadas. Esto, desde la pérdida del patrón oro (1971), algunos dirían que incluso más atrás con la creación de la Reserva Federal (1913), y luego con los experimentos monetarios de la década pasada (2009), así como la más reciente respuesta a la crisis del coronavirus (2020).

Si como ejemplo analizamos el dólar índex, creado en 1973 y el cual refleja la confianza del dólar respecto de las principales seis divisas del mundo, y que logró su máximo de 162 USD y mínimos en 70 USD (en plena crisis subprime el 2008), notamos que el billete verde ha perdido relevancia. En este momento se encuentra en 92 dólares, cayendo más de 10 % desde marzo de 2020. Es decir, esta vez no ha actuado como refugio global en una situación de crisis.

Con ello, la envidiada condición como moneda de reserva mundial se va perdiendo en la medida que se abusa de la confianza depositada por el resto del mundo en la propia moneda.

Esto ha quedado demostrado con los déficits de balanza comercial en Estados Unidos (en récord de más de US$ 83.000 millones), la deuda pública en US$ 27 billones, y las políticas monetarias (QE) y fiscales (helicóptero monetario), las cuales se han llevado a su máxima expresión como respuesta a la crisis económica actual, llegando a duplicar el balance de US$ 4 billones a US$ 8 billones en tan sólo un año. También el crecimiento de la oferta de dinero (M1) ha crecido exponencialmente, aumentando los últimos dos años a una tasa anual de 126% y desde el año 2011 a una tasa anualizada de 24%.

Otros síntomas que evidencian el deterioro los podemos ver en su participación como moneda de reserva mundial, donde ha caído del 71% al 59% entre el año 2000 y el año 2020, así como la tendencia a la diversificación de las mismas en una canasta más amplia. Tanto Rusia como China al parecer tienen deliberadamente planes de reducir sus reservas en dólares, lo que también podría extenderse en zonas de Eurasia, ante cada vez menor rendimiento de la deuda de Estados Unidos. Como contraparte, el apetito por deuda china podría aumentar más rápido y con esto las reservas en su moneda. Respecto del comercio internacional, un 50% se realiza en dólares mientras que el PIB de Estados Unidos no alcanza un cuarto del PIB mundial.

Los déficits en Estados Unidos son financiados cada vez con más apuntes en el balance e impresión digitalizada de dólares por parte de la FED y deprimiendo las tasas de interés, al punto del sin sentido que la deuda pública cada vez renta menos a pesar de que el riesgo cada vez es mayor por el aumento de la deuda, tanto en términos absolutos como también como porcentaje del PIB.

Otra forma también de ver la pérdida de poder adquisitivo del dólar es compararlo respecto de su capacidad de comprar oro: en 1977, una onza del metal se compraba el año 2000 con US$ 177 y en la actualidad con US$ 1.760, perdiendo un 84% de poder adquisitivo en poco más de 20 años.

Si bien en su paridad con el peso no se refleja en este momento, el dólar sigue en esta dirección y de forma acelerada: al igual que el resto de las monedas del mundo, pierde capacidad adquisitiva con respecto de las materias primas, los mercados financieros e inmobiliarios, y terminando en los bienes y servicios más próximos al consumo básico.

 

 

 

 

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