En julio del año 2012, Mario Draghi al poco andar de su mandato, anunciaba la celebre frase “whatever it takes”.
Con esto decía a la comunidad económica financiera y al mundo entero, desde luego menos preocupado por temas monetarios, que el Banco Central Europeo haría lo que fuese necesario para no dejar caer a la economía europea.
Exactamente 7 años después y luego de haber cumplido su promesa implicita respecto de llevar los experimentos monetarios hacía niveles inéditos, tenemos a la mitad de la deuda soberana europea con tasas negativas, es decir teniendo que pagar por prestar dinero y a otros recibiendo pagos por pedir prestado dinero, una situación que más que contra intuitiva, como lo pueden ser algunas situaciones en economía, se vuelve carente de toda lógica.
Existe un consenso respecto de la necesidad de implementar reformas estructurales para fomentar el crecimiento, alineadas con la creación de puestos de trabajo, flexibilidad laboral e incentivos para la inversión, principalmente derivados de rebajas impositivas. Sin embargo, las reformas antes mencionadas, y el tiempo ganado con las políticas monetarias para llevarlas a cabo, no se ha aprovechado y se han mantenido los mismos problemas de déficit y endeudamiento, donde el BCE actúa como el gran garante de los estados convirtiéndose en el prestamista de última instancia.
Ahora viene el turno de la reconocida Cristine Lagarde, la cual no tiene experiencia ni demostrados conocimientos técnicos en cargos en bancos centrales, lo que puede ser bueno a nuestro juicio si es capaz de entender el sin sentido de estas políticas permanentes, que nacieron como políticas de shock, y girar el rumbo institucional, aprovechando su experiencia política, volcando la responsabilidad hacía dicha clase, y a las reformas estructurales pendientes que no son capaces de disimular por más experimentos monetarios que se inventen.