El año 2014, cuando recién asumía Janet Yellen, escribimos una columna para el diario Pulso la cual titulamos el Dilema de Janet y se refería a la necesidad o no de profundizar los estímulos monetarios en los mercados financieros, donde también sugerimos que no lo veíamos como un camino fructífero para alcanzar el crecimiento.
Hemos mantenido hace varios años que el principal catalizador de los mercados financieros es la emisión monetaria, que es donde han ido a parar los estímulos de los bancos centrales, y que esto no ha producido crecimiento económico lineal decreciente y endeudamiento exponencial. También hemos dicho que el modelo basado en la deuda es peligroso en el sentido que anticipa el crecimiento futuro y por ende también lo limita, y el problema es que ya llevamos más de 10 años en esto y por ende ya estamos en ese escenario futuro que comentábamos en el pasado. El problema es que los mercado se han hecho dependientes a la demanda artificial de los bancos centrales, principalmente en el mercado de deuda que no ha dejado de crecer, casi duplicándose el balance de la FED en el último año, algo realmente impensado incluso para los más desconfiados de los incentivos perversos ligados a este modelo centralizado que guía a los mercados luego de la crisis subprime.
Cuidado con lo que se desea, porque después puede transformarse en algo que no tiene vuelta atrás, como lo es el caso de la FED y otros bancos centrales, que mes a mes en sus ruedas de prensa deben buscar palabras más precisas y convincentes para alcanzar mayores expectativas de manos inversionistas amenazantes con apretar el botón de ventas antes que termine la rueda de prensa. Ante este complejo escenario, en este caso a Jerome Powell y a Mario Draghi, apodado incluso “Super Mario” en su momento de ejercicio, no les ha quedado más remedio que prometer lo imposible.
Ese imposible, es decir que los bancos centrales pueden hacer lo que sea para detener las crisis, es el que día a día se pone más en duda, las cuales se han llevado al extremo y como lo anticipó la escuela austriaca a mediados del siglo XX, que incluso los bancos centrales y su emisión monetaria y la manipulación de la tasa de interés, serían los responsables últimos de la generación de ciclos y burbujas en la economía, por generar a través de los estímulos convencionales y no convencionales la sensación artificial de ahorros, riqueza y boom.
En este momento la promesa implícita es que las tasas se mantendrán bajas por muchos años y por ente la tasa de descuento de los proyectos y los costos financiamiento tienden a cero. Este supuesto, que es capaz de justificar valoraciones hasta el infinito, sin apuro por el tiempo cuando ocurran los beneficios, podría verse truncado por la tasa del bono a 10 años de Estados Unidos, el cual comience a subir por una falta de demanda de deuda estadounidense. Esto obligaría al tesoro a seguir expandiendo su balance y perdiendo credibilidad, aumentando el riesgo a que la deuda no sea bien invertida y realmente sea gasto que signifique descapitalización de la economía, algo así como desinflar el aire a los neumáticos de un auto de carrera.
Ante esa disyuntiva se encuentran ahora las dos máximas figuras monetarias del último tiempo, Janet Yellen como secretaria del tesoro estadounidense y Jerome Powell como presidente de la reserva federal. Saben que la fiesta debe continuar pero el toque de queda ya sonó y en cualquier minuto llegarán los inversionistas a fiscalizar. Si pierden definitivamente la confianza y se van de la fiesta de los mercados, subirá la rentabilidad del bono del tesoro en usa y la FED se verá obligada a seguirla con la tasa de interés de referencia, derivando en una realocación masiva de recursos, en los casos que se pueda, con todo el derroche de riqueza que esto implica.